Cada día alguien, o algo, nos impulsa a levantarnos de nuestra cama, bañarnos, vestirnos y hacer algo. Desayunar, ir a trabajar, escribir, hacer una llamada telefónica, fabricar un mueble, componer música y un sinfín de actividades más. ¿Por qué las realizamos?
Aquellos que son padres, tienen una sola respuesta; su máxima motivación son sus hijos y más cuando aún no son autosuficientes. Los padres tienen un compromiso moral, social y hasta legal con sus vástagos; es una obligación.
¿Existe una obligación por parte de los hijos hacia los padres? Literalmente, todos debemos la vida a nuestros progenitores, por lo tanto… ¿nos encontramos en deuda con ellos? Estamos a la merced de sus deseos y traumas. Cada hijo, es involuntariamente un títere; todos en los primeros años, otros conceden un poco más y muchos nunca dejarán de serlo.
Quienes tienen hijos suelen pensar que otro ser humano es de su propiedad.
Muchos padres han dejado atrás todo lo que habían soñado porque ahora: “Tienen un hijo por el cual ver”. Interrumpen su vida al vivir para sus hijos. ¿Un hijo debe vivir para sus padres?
Mientras escribo esto un buen amigo confronta: “¿…y así le pagas a tu madre?” Pareciera que mi vida no me pertenece, le pertenece realmente a ella. Debo conducirme por la vida de cierta manera, su manera; porque de no ser así, sería un ingrato y en este país, se venera más a la madre que a cualquier dios.
¿Afortunados los huérfanos que sólo viven para ellos mismos?