lunes, 24 de octubre de 2011

17

- ¿¡ 17 !? ¿En verdad tienes 17 años?

- Pues...sí.

La lotería genética fue caprichosa conmigo. Un rostro digno de portada, las mejores revistas de moda italiana podrían pelear por él. Rasgos finos, piel tersa y delicada que invita a ser acariciada y nunca más apartarte de ella. La única grata herencia de mi padre fue una sonrisa cautivadora, dientes perfectamente alineados, resguardados por un par de labiosen apariencia inocentes, que saben esconder toda la experiencia que yace sobre ellos.

Nos conocimos en el trabajo, el área de comida de un centro comercial. Yo vendía pastas y tú hamburguesas. Los encuentros eran habituales, sólo 2 locales nos separaban, los chinos y las pizzas. Un buen día, tras largas miradas me senté a tu lado, nuestra primera comida compartida careció de palabras, mas no por ello la conversación fue nula.

La pubertad llegó a mi cuerpo y jamás se fue. Un par de delgadas piernas, casi siempre cubiertas por un entubado pantalón, que aprieta mi pequeño trasero. La frontera entre mis caderas y cintura es casi imperceptible, únicamente el tacto y la desnudez pueden revelarla. El abdomen duro sin marcas, a pesar de que odio el ejercicio. Arriba del ombligo mis pechos, mis carentes pechos. El escaso metro con sesenta centímetros de altura no aportaba mucho para poder llamar la atención, la única aliada contra ello era la falda que portaba una vez al mes.

Finalmente te decidiste a hablar, preguntaste mi nombre, mis gustos musicales y todas esas cosas que los hombres suelen preguntar, pero como todo un caballero, nunca preguntaste por mi edad. Comer juntos una vez a la semana dejó de ser suficiente e inclusive cambiamos nuestras habituales rutas de regreso a casa. Las frías mesas cuadradas de plástico azul, acompañadas de sillas metálicas que podíamos mover a nuestro antojo, vieron el desarrollo de esta relación, junto a las decenas de compañeros de trabajo y los cientos de comensales que a diario alimentaban su apetito y nuestros bolsillos.

Mi aspecto de niña inocente es un arma de dos filos, muchos se asustan, me apartan; pero otros son capturados, quedan encantados ante mi presencia, en especial los hombres mayores. Fantasean con tenerme debajo de ellos…o arriba tal vez. Miro sus rostros con detenimiento, sus ojos arden y sus labios se humedecen, mientras que su entrepierna crece. Admito que disfruto ver sus deseos transpirando. Algunos son alimentados por mi coquetería. Creando falsas esperanzas, sé que seré la protagonista de sus más perversas fantasías. La mente es tan poderosa.

Finalmente nos encontramos juntos, y tras varios orgasmos nos dispusimos a descansar. Únicamente las sábanas cubrían nuestros cuerpos, la colcha terminó en el piso alfombrado de aquel hotel y empezaste a preguntar. Tu ego masculino se hacía presente y mis respuestas lo engrandecían. Me confesaste que nunca habías ido a un hotel, lo cual me sorprendió y entonces yo continué con las preguntas, tu edad apareció e increíblemente tus 17 años no fue lo más impactante.

- ¿A qué edad perdiste tu virginidad?

- Hace unos instantes.