“Once I believed we could approach this, now I have faith placed in the things you call fate”
Sondre Lerche
Encontrar coherencia absoluta en un ser humano es prácticamente imposible. Como en muchas otras cosas, existen niveles, pero encontrar concordancia total entre discurso y acción es una empresa que puede llevar toda la vida.
Se podrá llamar hipocresía, incoherencia, mitomanía, estupidez ¿o simplemente es una característica más del ser humano? Absolutamente todos nos hemos encontrado en alguna situación en que rompamos la relación entre nuestro discurso y nuestras acciones. Desde una mentira blanca hasta un delito.
La incoherencia que más me asombra es aquella en la que se expresa no creer en el destino, sin embargo se está seguro que… las cosas pasan por algo.
No importa cuál sea la situación, un despido laboral, una amistad perdida, la muerte de alguien cercano, cambio de residencia o el clásico amor no correspondido. Siempre existirán personas que se protegerán con ese argumento.
Con los ateos ocurre algo curioso, al no tener un dios, no tienen un destino y sin embargo se sigue repitiendo esa justificación.
Esas cosas que llaman destino, prefiero llamarlas coincidencias. Escuchar esa canción que nos recuerda a esa persona que no sale de nuestra mente, ser despedido para que meses después se encuentre ese trabajo soñado, compartir un lunar en el mismo lugar con esa persona que queremos compartir nuestra vida, asistir al mismo concierto y sólo encontrarse con la mirada, la muerte de esa persona que por fin nos liberará. Ejemplos existen por millares.
Estas coincidencias pueden tener una explicación bastante coherente, como la edad, gustos musicales, amistades en común y un largo etcétera; pero algunas personas prefieren seguir creyendo que alguna fuerza extraña y ajena a nosotros dicta estas circunstancias.
El creer en el destino debería ser recetado por los médicos, si se cree firmemente en él produce una salud mental inigualable. Yo…prefiero seguir enfermo.