Lo que llamó mi atención fue tu madurez. A pesar de nuestra adolescencia, lograste destacar, te encontrabas un paso adelante. Así es tu naturaleza, recuerdo como me impactó tu agresividad y empeño por conseguir aquello que deseabas.
Recuerdo tu mirada fija sobre mí, el patio de la escuela fue testigo de ello. No podía concentrarme y varios yerros cometí, las amistades reclamaban la atención que tú capturaste, pero los goles fueron inevitables. La oficina del director finalmente nos presentó y un viaje a la playa culminó lo que nuestras miradas deseaban. Entraste oficialmente en mi vida, así como un par de lentes salían. Recuerdo nuestras conversaciones interminables en las escaleras, llegábamos 10 y sólo quedábamos nosotros. Los silencios nunca fueron incómodos, cómo podrían serlo si admirar tu cabellera negra era un deleite, contrastando con esa piel blanca que la genética te heredó.
En aquella época tus dotes como actriz se encontraron en su cumbre, te dispusiste a cambiar, a parecer totalmente inocente; pero sobre las sábanas, la máscara desaparecía. Recuerdo esa falda rojinegra y aquella larga con aberturas en los costados, recuerdo cómo me premiabas con el uso de ellas.
Te cultivaste, las ideologías pasaron de la mente a tu corazón. Compartimos esa visión, pero al final fuimos presa de nuestras propias ambiciones, decidimos dejar el tema de lado y continuar.
Volvió la actuación y te volviste más enigmática, jugabas con mi mente cual perro de Pávlov. Tu estrategia dio resultado y diste por terminada la función.
Oaxaca se encargó de reunirnos, aferrándonos a aquello que alguna vez sentimos. Nos sentaron bien los viajes, pero en aquel departamento que compartía, la usurpación de bienes ajenos fue una constante. Cómo olvidar tu silueta durante aquellos baños, siempre envidié a las gotas que recorrían tus firmes senos.
El efecto que tuviste sobre mí fue implacable, recuerdo cuando abandoné todo lo que tenía. Volqué todo mi ser hacía ti, tu boca se encargó de ello. Las palabras que salían de ella fueron un dogma; tu risa el mejor complemento que tu voz pudo encontrar. Qué decir de tus labios, carnosos y suaves, siempre creí que su lugar era junto a los míos.
En aquel momento de nuestras vidas fui un neurótico, pero encontraste la fórmula, con un abrazo lograbas calmarme, luego me mirabas con ese par de ojos borrados color miel…y el mundo se detenía. Nunca pude explicarme por qué tu piel desprendía ese olor que me embriagaba, un aroma característico de los mulatos, que a pesar de tu piel blanca poseías.
El cine y la música nos marcaron, encontramos más coincidencias que nunca. Tal vez fue la solución que encontramos para contrarrestar la distancia que nos separaba. Lo volviste a conseguir, convertiste los kilómetros en centímetros y a través de internet, melodías, teléfono y arte, logramos mantenernos unidos. En cada encuentro que tuvimos te esforzaste por mantenerme asombrado, imposible no lograrlo con tus aliados: ese par de botas anarquistas, un vestido azul y uno que evoca al arcoíris, la estocada final la realizaban tus bellísimas piernas, aquellas que han conquistado ciudades enteras.
Hoy, deseo recurrir a Victor Frankenstein, conjuntar todo esto que alguna vez experimenté por separado. Convertir este collage en un sólo ser.
Recuerdo tu mirada fija sobre mí, el patio de la escuela fue testigo de ello. No podía concentrarme y varios yerros cometí, las amistades reclamaban la atención que tú capturaste, pero los goles fueron inevitables. La oficina del director finalmente nos presentó y un viaje a la playa culminó lo que nuestras miradas deseaban. Entraste oficialmente en mi vida, así como un par de lentes salían. Recuerdo nuestras conversaciones interminables en las escaleras, llegábamos 10 y sólo quedábamos nosotros. Los silencios nunca fueron incómodos, cómo podrían serlo si admirar tu cabellera negra era un deleite, contrastando con esa piel blanca que la genética te heredó.
En aquella época tus dotes como actriz se encontraron en su cumbre, te dispusiste a cambiar, a parecer totalmente inocente; pero sobre las sábanas, la máscara desaparecía. Recuerdo esa falda rojinegra y aquella larga con aberturas en los costados, recuerdo cómo me premiabas con el uso de ellas.
Te cultivaste, las ideologías pasaron de la mente a tu corazón. Compartimos esa visión, pero al final fuimos presa de nuestras propias ambiciones, decidimos dejar el tema de lado y continuar.
Volvió la actuación y te volviste más enigmática, jugabas con mi mente cual perro de Pávlov. Tu estrategia dio resultado y diste por terminada la función.
Oaxaca se encargó de reunirnos, aferrándonos a aquello que alguna vez sentimos. Nos sentaron bien los viajes, pero en aquel departamento que compartía, la usurpación de bienes ajenos fue una constante. Cómo olvidar tu silueta durante aquellos baños, siempre envidié a las gotas que recorrían tus firmes senos.
El efecto que tuviste sobre mí fue implacable, recuerdo cuando abandoné todo lo que tenía. Volqué todo mi ser hacía ti, tu boca se encargó de ello. Las palabras que salían de ella fueron un dogma; tu risa el mejor complemento que tu voz pudo encontrar. Qué decir de tus labios, carnosos y suaves, siempre creí que su lugar era junto a los míos.
En aquel momento de nuestras vidas fui un neurótico, pero encontraste la fórmula, con un abrazo lograbas calmarme, luego me mirabas con ese par de ojos borrados color miel…y el mundo se detenía. Nunca pude explicarme por qué tu piel desprendía ese olor que me embriagaba, un aroma característico de los mulatos, que a pesar de tu piel blanca poseías.
El cine y la música nos marcaron, encontramos más coincidencias que nunca. Tal vez fue la solución que encontramos para contrarrestar la distancia que nos separaba. Lo volviste a conseguir, convertiste los kilómetros en centímetros y a través de internet, melodías, teléfono y arte, logramos mantenernos unidos. En cada encuentro que tuvimos te esforzaste por mantenerme asombrado, imposible no lograrlo con tus aliados: ese par de botas anarquistas, un vestido azul y uno que evoca al arcoíris, la estocada final la realizaban tus bellísimas piernas, aquellas que han conquistado ciudades enteras.
Hoy, deseo recurrir a Victor Frankenstein, conjuntar todo esto que alguna vez experimenté por separado. Convertir este collage en un sólo ser.
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